Evento SOS [B/E] Winstone parte 3

La montaña se levanta ante él, alta, solemne y sobretodo empinada. Suspira, algo decepcionado de sí mismo. Debió haberse preparado mejor para una situación así. Era una torre, y eso significaba que era un lugar elevado, eso implicaba que, según los manuales de exploración y todo lo que había leído de exploración de calabozos, torres y construcciones similares, tenía que haber considerado entre las posibilidades el hacer una escalada. Lo sabía bastante bien, y sin embargo, lo había olvidado por completo. Miró a su alrededor. Desde donde está se le ocurre que podría rodear la montaña para buscar una mejor alternativa para subir. Y si encontraba una ladera no tan empinada, de preferencia no escalable, sino transitable, hubiera sido perfecto. Pero inmediatamente después recapacita. Rodear la montaña y buscar dicha ladera (y eso, en el caso de que existiera) le tomaría bastante tiempo del que no dispone.

Por otro lado, el tratar de escalar la montaña por sí solo, sin ningún equipo, por mucho que sus poderes psíquicos le ayudaran con la tarea, según sus cálculos, pasada cierta altura, ya sería peligroso ir así, con el riesgo variando desde salir con uno o dos huesos rotos en el mejor de los escenarios, hasta muerto en el peor de los casos.

Empieza a caminar por la jungla, viendo si encontraba por ahí lianas fuertes o algo que le ayudara con la escalada, solo encontrado unos cuantos arbustos bajos cargados de brillantes bayas azuladas. Suspira, algo frustrado. Estaba corriendo contra el reloj y ahora mismo se encontraba estancado. Aunque podía ver  con claridad donde estaba la luz brillante, sentía que había un inmenso abismo entre ambos. Un abismo que lentamente se llena con el aroma dulce e intenso de las bayas maduras. Suspira, mirando las bayas. “Bayas Rawst salvajes” comentó para sí mismo, y eso le recordó un poco a su aldea, y a los Cinccinos y Minccinos que vivían en ella quienes disfrutaban de recolectar bayas salvajes de cualquier tipo para después usarlas o venderlas. Inmediatamente sacude la cabeza. No era ni el momento ni el lugar para andar recordando cosas que no eran importantes para la misión. Pero si se guardaría unas cuantas bayas por si se hallase en la necesidad de comer algo, o al menos para más rato beber su jugo. Se enfoca de nuevo en la montaña, mirándola con gesto pensativo, tratando de idear algo para poder trepar rápidamente, ver el problema desde otro punto de vista, atacar desde un ángulo distinto.

Sus pensamientos son interrumpidos por el sonido de unos pasos. Mejor dicho, por el eco proveneniente de unos cascos que golpeaban sobre unas rocas que no estaban muy lejos de ahí. Se abre paso entre unas malezas bastante crecidas hasta que encuentra con una visión no muy común. Unos Gogoat salvajes bajando ágilmente de la ladera en dirección a un pequeño claro un par de metros más allá, donde se ponían a retozabar sobre la hierba.

“Gogoat, el pokemon montura” recuerda que leyó alguna vez en algún libro, y se le atraviesa por la mente una idea.  Se les empieza a acercar con tanto cuidado y silencio como puede. Pero no le resulta, ya que a pocos metros de su objetivo, los Gogoat se dan cuenta de su presencia y empiezan a olisquear el aire y a mover sus orejas para ubicar a quien les observaba. Apenas le ven, 2 de ellos huyen dando grandes saltos, creyéndole una amenaza, dejando a un último Gogoat atrás, que aún se revolcaba sobre la grama, ajeno a todo lo que pasaba. Apenas este se fija que el Gothita lo estaba mirando, se da vuelta para quedar de panza sobre el pasto y mirarlo de vuelta, meneando su colita lentamente. Evidentemente, ese no era el Gogoat más cauteloso del rebaño.

Ahí vio su oportunidad. Tomando una de las bayas que había recogido antes, se le empieza a acercar con cuidado al pokemon, y, cuando ya está lo suficientemente cerca, se agacha lentamente, le extiende de igual forma la mano que lleva la baya y se la ofrece.
El pokemon mira la baya, luego al chico, luego la baya de nuevo. Estira un poco el cuello para olfatearla. Sus ojos brillan y mueve las orejas contento al comprobar que era una baya lista para comer. Abre el hocico, y de una lamida quita la baya de la mano del Gothita y se la come. Da un balido contento y se le acerca al chico para ver si tiene más. Guorthigern se sacude un poco la mano babeada y le extiende otra baya antes de que el animal se le acercara más. El Gogoat se come la baya de un mordisco, ahora más confianzudo, se acerca al Gothita que aún estaba agachado, le olisquea el cabello, revolviéndole un poco el flequillo con su nariz húmeda, le lame la cara y le da un pequeño cabezazo amistoso. El chico se había quedado quieto todo el rato para no asustar al animal, aunque luego se quedó quieto más porque no le gustaba el hecho de que lo lamieran. Una vez que el Gogoat se aparta, Guorthigern se frota un poco la frente (porque el cabezazo de un Gogoat, por muy amistoso que fuera, para alguien que no está preparado físicamente para recibir cabezazos, dolía), y, ofreciéndole una baya más, lo toma  de las hojas de su cuello y se le sube encima. El pokemon se sorprende un poco al ser montado, pero al parecer, aparte de eso, está bien con tener a alguien sobre su lomo.

Y así, tomándolo de los cuernos, y acercándole cada cierto tiempo una baya nueva para que coopere y  avance hacia donde le pide. Podía observar que la luz lentamente empezaba a adquirir color mientras más se acercaban. Finalmente, llegan al punto donde el joven había visto la luz brillante. La luz venía de una esfera no más grande que una naranja y que emitía un brillo del mismo color que ésta. El Gothita toma la esfera, y ésta se apaga inmediatamente cuando éste la tiene en su mano. La esfera es guardada, y, dándole unas cuantas bayas más al Gogoat, emprende el camino de regreso a Arcana, con esperanzas renovadas. Ya estaba cada vez más cerca de cumplir con su objetivo. Cada vez más cerca de ver a los profesores de nuevo.